ROBERTS, PAUL
El impacto que las ruinas monumentales de la antigua Roma tienen hoy sobre el visitante no pude ser sino pálido reflejo de lo que sintieron aquellos que las conocieron en su esplendor. ¿Cómo no sentirse deslumbrado, apabullado, insignificante, ante el Coliseo? ¿Cómo no sentirse parte de algo enorme, todopoderoso y eterno, de un imperium sine fine, al visitar los templos del Capitolio o pasar bajo un arco que celebraba victorias conseguidas donde acababa el mundo? ¿Cómo no pensar que el emperador era casi un dios cuando el sol sacaba destellos al coloso de Nerón o cuando disfrutabas de la munificencia de Caracalla en unas suntuosas termas? En Roma, como también actualmente, la arquitectura y el ordenamiento urbano no son inocentes, y este libro muestra el impacto que los edificios y programas edilicios tuvieron sobre la conciencia pública de los romanos, sobre su propia imagen y percepción, y sobre las relaciones entre emperador y súbditos. Tan importante era quién construyera un monumento y por qué, como el edificio o su funcionalidad en sí. A lo largo de los siglos, y con muchos y diferentes gobernantes, de la República al Imperio, un poblachón de chozas de barro trocó en resplandeciente urbe de mármol. Una historia milenaria, que este libro hila a partir de los más imponentes monumentos erigidos en la antigua Roma, para sacar a relucir los aspectos políticos, sociales y culturales que fueron su telón de fondo, además de las motivaciones humanas que dieron origen a su construcción… y también a su destrucción. En sus páginas podemos recorrer los monumentos de Roma y sumergirnos en una ciudad viva y vibrante, evocando miradas y sonidos, desde el rugido de la multitud en el Circo Máximo, al bullicio del mercado de Trajano, del vértigo de la contemplación vertical de la columna de Marco Aurelio, al brillo deslumbrante de las cubiertas de mármol y los mosaicos de las termas Diocleciano. Edificios fascinantes, resucitados gracias a un imponente caudal de ilustraciones, mapas y fotografías, en una obra que no hace sino constatar que Roma fue, es y será, la Ciudad Eterna.